martes, 15 de abril de 2014

Lo que ella no sabe

Desde que fijé mi atención en ella, noté que costaba verla sonreír. Nada, era tan complicado vislumbrar un atisbo de felicidad en su cara que no costaba imaginar cuantos habrían tirado ya la toalla tratando de conseguir iluminar su rostro. Su aire taciturno y nostálgico siempre me ha hecho imaginar cientos de escenarios posibles para poder comprender un poco mejor qué le rondaba la cabeza. Tal vez hubiese sido mejor preguntar como estaba pero de seguro mentiría, pues aunque su semblante denotaba una cierta tristeza, también era transparente. No habría podido engañar a nadie, o al menos, a nadie que realmente se hubiese preocupado por lo que le pasaba.

Lo que ella no sabe es que más veces de las que ahora puedo recordar me quedaba observándola en silencio, testigo mudo de sus pasos y de su actitud apática, fascinado por su naturalidad. La inmensa mayoría de los mortales no sabemos sobrellevar la tristeza y ella lo hacía con una tranquilidad que impresionaba. Lo que ella no sabe es que en esa tristeza, había un grado de belleza tal que resulta inapropiado decir que verla sonreír le desvanecería ese aura que se ha formado en torno a ella y que la hace tan especial.


Los saludos se volvieron más fríos por días. Como si de su boca emanase hielo. Sentía su desapego, su deje de cansancio y no moví un dedo por remediarlo. Me pesa decirlo ahora, pero para mí era perfecta tal cual... Y lo que ella no sabe es que me desvelo escribiendo sobre cuan fascinado me tiene su pesar.